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     Verso en acción, por fin, 3 (incluido en Grupo Fundacional de Verso , con Miguel Cubero)

En las entregas anteriores de esta fascinante saga cuyo protagonista es el verso y su antagonista la acción, (ya nos imaginamos un auto sacramental con dichos personajes: él, noble, simétrico, apolíneo; ella, sinuosa, contaminada, seductora) aplicamos otro cuarto de vuelta y nos atrevemos con cierto recelo a extender lo ya visto en cuanto a la actividad chisporroteante de las pausas estróficas (de todas) a las pausas versales.

En multitud de versos la pausa versal va acompañada, léase justificada, por un signo de puntuación, escrito u opcional, una ruptura o transición sintáctica que realiza ya la extensión anunciada, ya que la sintaxis es una forma, hablada, de acción.

Pero ¿qué ocurre en los versos encabalgados, sean estos, más o menos severos?.

En estos casos, como hacíamos con la estrofa, hay que suponer, hay que admitir que el poeta, quien realiza este encabalgamiento porque le place y que podría no hacerlo si así lo deseara, hay que suponer, decimos, que coloca una palabra a fin de verso encabalgada con la palabra primera del siguiente verso con, el propósito de marcar, enfatizar, preñar o privilegiar una de esas dos palabras, o incluso las dos; este marcado de esas palabras da lugar, justifica o aún más, precisa de una pausa para su adecuada digestión.

Es decir que las palabras cercanas a la pausa en el encabalgamiento (que hay que hacer necesariamente por razones rítmicas) han de ser reconocidas , percibidas de alguna manera que las carga de un sentido especial.

Por ejemplo, en "El cisma de Inglaterra" de Calderón"

Ya sabes (pero es forzoso
repetirlo aunque lo sepas)
cómo yo soy el Octavo
Enrique de Ingalaterra,
hijo del séptimo Enrique,
que por la muerte violenta
de Arturo dejó en mis sienes
la soberana diadema,
siendo heredero no sólo
de dos imperios por ella,
sino de la más hermosa
y más católica reina
que tuvieron los ingleses
desde que en su edad primera
fueron sus hombros columnas
de la militante iglesia;

En esta media frase de 16 versos ‒la frase sigue‒  encontramos varias pausas más o menos encabalgadas que habría que justificar si aceptamos las razones expuesta al principio.  En particular marcamos algunas de ellas, en negrita.

En las palabras marcadas se observa que algunas son unas adecuadas portadores de imágenes como 'forzoso, violenta, columnas'; otras tienen un sentido más sintáctico como 'no sólo'; 'Octavo? es importante por su connotación histórica. En todo caso esas palabras articulan el texto, son como piquetas que permiten subir por él, referencias, marcas, mojones.

O sea, que por una razones u otras las palabras marcadas, poco acompañadas de puntuación sintáctica, generan pausa con lo que se satisfacen los sagrados requerimientos del ritmo y los también sagrados requerimientos del decir, connotar, expresar, denotar y hacer.

Sin embargo, ¡cuidadísimo!, ese posible énfasis de la palabra a fin de verso no es, repetimos, NO ES, hacer una entonación de coma, de anticadencia, tan sugestiva de soniquete infantil (palabra ésta, por cierto, que ha causado algún escozor). No, incluso si se focaliza intención sobre esa palabra final mediante el tono, lo que tiene lugar es una magnificación del acento de palabra en la sílaba acentuada, pero NO la elevación de tono que crece hacia el final, elevación que afecta a todas las palabras del final.

El oído discrimina muy bien entre ambos efectos tonales. Se focaliza una palabra final, pero no el final de verso completo. Al ser diferentes esas palabras en cada verso, su superacentuación no las unificará de igual manera que lo haría el soniquete final que estamos censurando ( y que quisiéramos ver desterrado para siempre de nuestros escenarios).

Y si en lugar del tono se emplean otros medios de marcar una palabra (como se cuenta en siete_p para privilegiar), queda claro que la continuidad tonal en los encabalgamientos no impide en absoluto el privilegio de la palabra final de un verso.

Es necesario, para dominar todos estos efectos, percibirlos primero, y luego emitirlos a voluntad. Para ello hace falta lo que hemos llamado la paleta sonora.

Realizando pruebas con este acercamiento, tanto Concha, usualmente favorable, como , usualmente desfavorable, afirmaron en diversas ocasiones que sí, que les suena bien, que lo ven y lo oyen apropiado. Gracias a ambos. Se les suma Ernesto, usualmente receptivo aunque crítico, y también valora el punto.

Verso pues, en acción, de la acción mínima a nivel de verso; pudiéramos entonces ir más a allá y asomarnos a esa aparente platitude del verso para descubrir las cordilleras y abismos llenos de dramatismo que se ocultan en esas ocho u once sílabas.

En esta línea se encuentra la página que ya escribimos con nuestro estimado escribidor, titulada Un paso más allá: la marca como rectora de toda acción  y otra pagina, Cuadratura ritmica y pausas. Se refuerza el mensaje en Entre Forma y Acción, el Texto.

Otro ejemplo, comentado en nuestro Segundo curso en Bogota.

En DonGil de las Calzas Verdes encontramos las quintillas:

J:       ¿Que Elvira te da sospecha?;
    en lo que dices repara.
I: ¡No está mala la deshecha!
    Dígale eso a doña Clara,
                pues la tiene satisfecha    
          su amor, su palabra y fe.
J: ¿Eso te ha causado enojos?
    ¿Luego nos viste? No fue
    sino burla; por tus ojos,
                que es una necia. Háblame,                   
          vuélveme esos soles, ea,               
    que su luz mi regalo es.
I:  ¡Y dirá, por que le crea:
    «Vive Dios, que es doña Inés
                a mis ojos fría y fea!»  
A poco que examinemos el texto, encontramos justificaciones activas para todas las pausas versales y, por supuesto, estróficas:
    versos   acciones a fin de verso y estrofa
J:       ¿Que Elvira te da sospecha?;
    en lo que dices repara.
I: ¡No está mala la deshecha!
    Dígale eso a doña Clara,
                pues la tiene satisfecha
          su amor, su palabra y fe.
J: ¿Eso te ha causado enojos?
    ¿Luego nos viste? No fue
    sino burla; por tus ojos,
                que es una necia. Háblame,
          vuélveme esos soles, ea,
    que su luz mi regalo es.
I:  ¡Y dirá, por que le crea:
    «Vive Dios, que es doña Inés
                a mis ojos fría y fea!»
espera respuesta
consejo o mandato
exclamación irónica
consejo o mandato
palabra a enfatizar; estrofa.
destacar lo que achaca al otro.
pregunta retórica que espera
minimizar lo que vio, con gesto
invitación zalamera
ruego; estrofa
ruego con exclamación
pausa de diálogo
dos puntos: expectativa
apunta a la persona
adjetivo fuerte-estrofa

 


Vuelta al Principio  Última actualización: viernes, 18 de septiembre de 2015  Visitantes: contador de visitas