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Entre Forma y Acción, el Texto (incluido en Grupo Fundacional de Verso )

El teatro sería un edificio donde un señor, el Texto, es tironeado por dos instancias, por dos autoritarias señoras que le quieren para ellas.

La primera señora es la Forma: elegante, quizá algo fría, cree en la perfección en la harmonía, lo apolíneo. Le conciernen, cultiva y exige las buenas maneras.

La segunda es la Acción: se sumerge en la vida ‒lo cual algo la desgreña‒ en el devenir, el movimiento. Sólo quiere sentir y le importa poco la manera y las maneras.

El Texto, un señor inteligente, significativo, reflexivo es solicitado por ambas y no sabe bien cómo satisfacerlas.

Si la Forma domina absolutamente se tiene un teatro, un Arte en general bello pero quizá frío, sin enganche con el espectador, que admira, quizá, pero no ama. Algo así como un templo griego, blanco y perfecto pero no apto para vivir. Sin embargo la estructura mantiene el edificio en pie.

Si domina absolutamente la Acción, tenemos un arte naturalista, expresivo, divertido y, en definitiva, banal, una foto de lo cotidiano. Puede entretener pero su impacto transformador sobre el espectador será nulo, pasará al memento. Es como una casa de vecindad, animada, popular y bullanguera. Tampoco vale para vivir, a poco que uno quiera pensar, escribir, vivir con estilo. Incluso carece de seguridad y podría desplomarse con cualquier tormenta algo fuerte.

De hecho, la historia del teatro `podría ser considerada como este oscilando incansablemente entre ellas...

Últimamente el señor Texto convive, con frecuentes conflictos y en inestable equilibrio, con ambas. Aunque posiblemente -quizá deseablemente‒ nunca llegue a  un reposo con ellas, sí es posible que a fuerza de experiencia, técnica, mano izquierda y sabiduría, se llegue a una cierta harmonía de va y ven.

Entonces se habrá logrado el Buen Teatro.

Representemos  la fábula anterior con un gráfico: en él aparecen los actores citados.

Las flechas oblicuas son esfuerzos ‒técnicas‒ que ambas señoronas hacen por su parte para conseguir llevarse bien -o medio bien, porque cada una opina regular de la otra‒: la señora Forma permitirá violaciones de su estricto código de etiqueta: pausa expresivas que atenten contra la secuencia silábica regular, entonaciones emocionales que sacudan la lógica del discurso, movimientos corporales que pueden afectar a veces a la clara articulación. Permitir en suma algunas familiaridades ‒rápidamente moderadas y asimiladas‒ con la otra.

La otra, la Acción, intentará comportarse: reducirá el tiempo de sus movimientos e impulsos para que sucedan, tengan lugar cuando les toque, a su hora, es decir, cuando el ritmo versal y estrófico lo requieran. Será ella ‒sin ella no habría en rigor teatro‒ pero ella refinada, con maneras, conformada, con... Forma.

El texto entonces, aunque no fácilmente residirá con ambas en razonable y bella convivencia.

Hablando de la temporalidad del encuentro, el momento en que se produce la mutua adaptación, las cosas son más delicadas. Ya lo apuntábamos el conflicto en Verso en acción, Por Fin-1, y páginas siguientes.

Los últimos intentos han sido fructuosos. Escenas a medio montar ‒con la acción creada pero no refinada‒ fueron criticadas y llevadas en lo posible a la forma. Este proceso, en opinión de quien escribe y en la de los propios actores, tuvo éxito. Se sintieron, es verdad tironeados y algo en su montaje inicial, pero los impulsos y acciones y sucesos iniciales fueron conservados (en ello se había insistido mucho, era el núcleo del experimento) y pasaron filtrados, por la forma, al montaje. Sólo aquellos y aquellas que no habían memorizado bien el texto y/o en su forma estrófica y versal se encontraron en dificultades. Por otra parte se encontraron en general más soportados, llevados en parte por la forma.

Alguna vez, cuando forma y acción estaban presentes de verdad, harmónicamente, saltó la belleza y la emoción. A nosotros y a otros, juntos, hermanados por el Arte. No hubo duda ni razonamiento, hubo ojos húmedos, garganta agarrotada, exclamación admirativa en los que lo presenciamos. Y también en los actores, nos dijeron después.

Por otra parte la otra flecha ‒ de la forma a la acción‒ estuvo representada por quien escribe, que se dejó arrastrar por lo que sucedía, y relajó la vigilancia sobre las violaciones de la forma (como una persona bien educada permite en su entorno algunos tacos expresivos).

Parece que se hace la luz.

Tenemos que intentar un experimento definitivo y arriesgado: montar totalmente una escena en prosa y luego desvelar que era verso, y llevar el montaje a esa forma diferente. No sabemos si es lo apropiado, pero vale la pena intentarlo. Para saber.  Incluso para saber que no.

Y, si le interesó lo anterior, vea otra fábula alrededor en torno a todo esto: El balcón y la enredadera.

 


Vuelta al Principio  Última actualización:  viernes, 18 de septiembre de 2015  Visitantes: contador de visitas