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El ego del actor (incluido en Grupo Fundacional de Verso )
Ya nos asaltaron las similitudes entre los actores y los derviches, esos buscadores de la verdad incansables, incorruptibles, esos que ponen su cabeza como garantía de su búsqueda, esos que practican en su entera vida la entrega total.
Sin llegar a tanto –la época, las condiciones y motivaciones son distintas– el actor trabaja incansablemente, se preocupa continuamente, obsesivamente por aprender y por progresar (y por encontrar trabajo, lo que supone otro trabajo suplementario y angustioso a veces).
El otro día, en la clase de Vicente surgió un tema muy derviche: intentando aquél despojar, según suele, al decir de un actor de todas las excrecencias, voluntarismos, clichés, pretensiones, para dejar su voz simple, tranquila, disponible, y en definitiva, suya, y ello en sucesivos intentos y correcciones, llegó el actor a decir que encontraba en sí mismo como un miedo a quedarse sin nada, a quedarse desnudo, lo que le daba miedo, se sentía raro.
Esta percepción del actor citado fue muy perceptiva, valga la redundancia. Nos recuerda mucho, mucho, el miedo a no ser cuando abandonamos el papelón que llevamos siempre puesto. Nos movemos por doquier con una actitud nacida de nuestra interacción con los demás, hecha de miedo, de defensa, de pretensión a dominar, a obtener, a influenciar, a tener buena fama.
Ese cuerpo extraño a nosotros que, paradójicamente, todas llevamos, puede llamársele ego con toda precisión. Sí; es el viejo ego que los místicos han combatido siempre como el obstáculo insurmountable para evolucionar espiritualmente... pero ni siquiera, para evolucionar a secas, a mejor.
Y en efecto también parece ser un obstáculo insurmountable para llegar a ser un buen, bueno de verdad, actor. Porque ese cuerpo extraño nos impide llegar al personaje, cuya existencia virtual dentro de nosotros llega corrompida, mezclada con nuestra pretensión, con nuestro ego.
O sea, sin limpiarnos no podemos ser otro –otro personaje– porque ya somos un personaje en la vida cotidiano. No nos cabe una cosa porque ya estamos llenos de otra. En la copa llena no cabe más vino. O como me dijo ayer una vieja gallega –antigua capadora de cerdos– cuando le pedía pan en su bar: 'Si capo non podo subiar' /'si capo no puedo silbar' (afirmación incomprensible hasta que sepamos que los capadores usaban un chiflo como el de los afiladores; creo que el Quijote se habla algo de esto).
Recordamos también, como en la poesía, según preconizaba Agustín García Calvo, hay que evitar ser un recitador, ese recitador consciente de su quehacer, que blasona, que se ocupa de cómo le admiran (y no nos referimos a la consciencia del artista en su quehacer, una consciencia técnica necesaria). Según dice hay que 'dejarse llevar'.
Más tarde, ya ante el ritual vaso de Rueda, tras comentar estos temas, conté la siguiente historia, que viene al caso:
Nos proponemos, en la nueva etapa que se anuncia, ejercitar esa misma limpieza que Vicente pretendía, mediante otras técnicas, tradicionales.
Quizá haga falta un ego al actor, el que le potencia para serlo. Pero, según muestra este escrito, puede ser también, paradójicamente, un obstáculo para llegar a serlo bueno de verdad.. El tema será retomado cuando las experiencias realizadas arrojen nuevas luces sobre estos temas tan sutiles.
Vuelta al Principio Última actualización: sábado, 14 de septiembre de 2013 Visitantes: