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Textos para Bogotá II. Teatro-1: Perro del Hortelano (incluido en Grupo Fundacional de Verso)

Para nuestro segundo curso de Bogotá, recopilamos escenas de verso dramático

Dos personajes, Diana y Teodoro.

Sonetos encuadrando romance. texto también en prosa para practicar entonación de frase natural, y para comparar con la versión ofrecida.

El romance con su rima correcta y reducido a dos personajes nos ha obligado a incluir dos versos no originales al principio y al final: Son "¿Llamaba vueseñoría?" y "vueseñoría este juego."

Hacer la diéresis en las dos apariciones de 'jüicio'.

                   El Perro del Hortelano, de Lope de Vega. Acto II-Escena final.

Contexto  Diana, duquesa, se va enamorando de Teodoro, secretario, amante de Marcela, criada. Luchando, debatiéndose entre rango, honor, amor y celos, dicta una carta a Teodoro para él mismo, animándole a osar en el amor. Asistimos a sus dudas, la respuesta personal del secretario, al revolcón que sufre, su reacción, la de ella y la conclusión de él.
 Versión de la escena  Versión original, puesta en prosa
DIANA:     ¿Qué me quieres, Amor? Ya, ¿no tenía 
               olvidado a Teodoro?  ¿Qué me quieres?
               Pero responderás que tú no eres
               sino tu sombra, que detrás venía.
                   ¡Oh, celos!  ¿Qué no hará vuestra porfía?
               Malos letrados sois con las mujeres,             
               pues jamás os pidieron pareceres
               que pudiese el honor guardarse un día.
                  Yo quiero a un hombre bien; mas se me acuerda
               que yo soy mar y que él humilde barco,
               y que es contra razón que el mar se pierda.
                   En gran peligro, Amor, el alma embarco;
               mas si tanto el honor tira la cuerda,
               por Dios, que temo que se rompa el arco.
                     Entra Teodoro
TEO:      ¿Llamaba vueseñoría?
               Un hora he estado leyendo
               tu papel, y bien mirado,
               señora, tu pensamiento,
               hallo que mi cobardía                     
               procede de tu respeto;
               pero que ya soy culpado
               en tenerle, como necio,
               a tus muchas diligencias,
               así, a decir me resuelvo                
               que te quiero, y que es disculpa
               que con respeto te quiero.
               Temblando estoy, no te espantes.
DIANA:  Teodoro, yo te lo creo.
               ¿Por qué no me has de querer         
               si soy tu señora y tengo
               tu voluntad obligada,
               pues te estimo y favorezco
               más que a los otros crïados?
TEO:       Ese lenguaje no entiendo.                        
DIANA:  No hay más que entender, Teodoro,
               ni pasar el pensamiento
               un átomo desta raya.
               Enfrena cualquier deseo;
               que de una mujer, Teodoro,                       
               tan principal, y más siendo
               tus méritos tan humildes,
               basta un favor muy pequeño
               para que toda la vida
               vivas honrado y contento.                        
TEO:       Cierto que vueseñoría
               --perdóneme si me atrevo--
               tiene en el jüicio a veces,
               que no en el entendimiento,
               mil lúcidos intervalos.                   
               ¿Para qué puede ser bueno
               haberme dado esperanzas
               que en tal estado me han puesto,
               pues del peso de mis dichas
               caí, como sabe, enfermo                   
               casi un mes en una cama.
               Luego, ¿qué tratamos desto
               si cuando ve que me enfrío
               se abrasa de vivo fuego,
               y cuando ve que me abraso                        
               se hiela de puro hielo?
               Dejárame con Marcela.
               Mas viénele bien el cuento
               del perro del hortelano.
               No quiere, abrasada en celos,                    
               que me case con Marcela;
               y en viendo que no la quiero,
               vuelve a quitarme el jüicio,
               y a despertarme si duermo.
               Pues coma o deje comer;                           
               porque yo no me sustento
               de esperanzas tan cansadas;
               que si no, desde aquí vuelvo
               a querer donde me quieren.
DIANA:  Eso no, Teodoro: advierto                        
               que Marcela no ha de ser.
               En otro cualquier sujeto
               pon los ojos; que en Marcela
               no hay remedio.
TEO:                             ¿No hay remedio?
               Pues, ¿quiere vuseñoría       
               que, si me quiere y la quiero,
               ande a probar voluntades?
               ¿Tengo yo de tener puesto,
               adonde no tengo gusto,
               mi gusto por el ajeno?                           
               Yo adoro a Marcela, y ella
               me adora, y es muy honesto
               este amor.
DIANA:                ¡Pícaro, infame!
               Haré yo que os maten luego.
TEO:      ¿Qué hace vueseñoría?   
DIANA:  Daros, por sucio y grosero,
               estos bofetones.
TEO:                                Cese
               vueseñoría este juego.
                               (Vase Diana)
 
TEO:            Si aquesto no es amor, ¿qué nombre quieres
               Amor, que tengan desatinos tales?
               Si así quieren mujeres principales,
               furias las llamo yo, que no mujeres.
                    Si la grandeza excusa los placeres
               que iguales pueden ser en desiguales,
               ¿por qué, enemiga, de crueldad te vales,
               y por matar a quien adoras, mueres?
                    ¡Oh, mano poderosa de matarme!
              ¡Quién te besara entonces, mano hermosa,
               agradecido al dulce castigarme!
                    No te esperaba yo tan rigurosa;
               pero si me castigas por tocarme,
               tú sola hallaste gusto en ser celosa.
 

DIANA: ¿Qué me quieres, Amor? Ya, ¿no tenía olvidado a Teodoro? ¿Qué me quieres? Pero responderás que tú no eres, sino tu sombra, que detrás venía. ¡Oh celos! ¿Qué no hará vuestra porfía? Malos letrados sois con las mujeres, pues jamás os pidieron pareceres que pudiese el honor guardarse un día. Yo quiero a un hombre bien; mas se me acuerda que yo soy mar y que es humilde barco, y que es contra razón que el mar se pierda. En gran peligro, Amor, el alma embarco; mas si tanto el honor tira la cuerda, por Dios, que temo que se rompa el arco.

Salen TEODORO y FABIO. [Hablan aparte]

FABIO: (Pensó matarme el marqués; pero, la verdad diciendo, más sentí los mil escudos. TEODORO: Yo quiero darte un consejo. FABIO: ¿Cómo? TEODORO: El conde Federico estaba perdiendo el seso porque el marqués se casaba. Parte, y di que el casamiento se ha deshecho, y te dará esos mil escudos luego. FABIO: Voy como un rayo. TEODORO: ¡Camina!

Vase FABIO

TEODORO: ¿Llamábasme? DIANA: Bien ha hecho ese necio en irse agora. TEODORO: Un hora he estado leyendo tu papel, y bien mirado, señora, tu pensamiento, hallo que mi cobardía procede de tu respeto; pero que ya soy culpado en tenerle, como necio, a tus muchas diligencias; y así, a decir me resuelvo que te quiero, y que es disculpa que con respeto te quiero. Temblando estoy, no te espantes. DIANA: Teodoro, yo te lo creo. ¿Por qué no me has de querer si soy tu señora y tengo tu voluntad obligada, pues te estimo y favorezco más que a los otros crïados? TEODORO: Ese lenguaje no entiendo. DIANA: No hay más que entender, Teodoro, ni pasar el pensamiento un átomo desta raya. Enfrena cualquier deseo; que de una mujer, Teodoro, tan principal, y más siendo tus méritos tan humildes, basta un favor muy pequeño para que toda la vida vivas honrado y contento. TEODORO: Cierto que vuseñoría --perdóneme si me atrevo-- tiene en el jüicio a veces, que no en el entendimiento, mil lúcidos intervalos. ¿Para qué puede ser bueno haberme dado esperanzas que en tal estado me han puesto, pues del peso de mis dichas caí, como sabe, enfermo casi un mes en una cama. Luego, ¿qué tratamos desto si cuando ve que me enfrío se abrasa de vivo fuego, y cuando ve que me abraso se hiela de puro hielo? Dejárame con Marcela. Mas viénele bien el cuento del perro del hortelano. No quiere, abrasada en celos, que me case con Marcela; y en viendo que no la quiero, vuelve a quitarme el jüicio, y a despertarme si duermo. Pues coma o deje comer; porque yo no me sustento de esperanzas tan cansadas; que si no, desde aquí vuelvo a querer donde me quieren. DIANA: Eso no, Teodoro: advierto que Marcela no ha de ser. En otro cualquier sujeto pon los ojos; que en Marcela no hay remedio. TEODORO: ¿No hay remedio? Pues, ¿quiere vuseñoría que, si me quiere y la quiero, ande a probar voluntades? ¿Tengo yo de tener puesto, adonde no tengo gusto, mi gusto por el ajeno? Yo adoro a Marcela, y ella me adora, y es muy honesto este amor. DIANA: ¡Pícaro, infame! Haré yo que os maten luego. TEODORO: ¿Qué hace vuseñoría? DIANA: Daros, por sucio y grosero, estos bofetones.

Salen FEDERICO y FABIO. [Hablan aparte]

FABIO: (Tente). FEDERICO: Bien dices, Fabio; no entremos. Pero mejor es llegar.) Señora mía, ¿qué es esto? DIANA: No es nada: enojos que pasan entre crïados y dueños. FEDERICO: ¿Quiere vuestra señoría alguna cosa? DIANA: No quiero más de hablaros en las mías. FEDERICO: Quisiera venir a tiempo que os hallara con más gusto. DIANA: Gusto, Federico, tengo; que aquéstas son niñerías. Entrad y sabréis mi intento en lo que toca al marqués.

Vase. [FEDERICO y FABIO] hablan aparte

FEDERICO: (Fabio... FABIO: ¿Señor... FEDERICO: Yo sospecho que en estos disgustos hay algunos gustos secretos. FABIO: No sé, por Dios; admirado de ver, señor conde, quedo tratar tan mal a Teodoro; cosa que jamás ha hecho la condesa, mi señora. FEDERICO: ¡Bañóle de sangre el lienzo!)

Vanse FEDERICO y FABIO

TEODORO: Si aquesto no es amor, ¿qué nombre quieres Amor, que tengan desatinos tales? Si así quieren mujeres principales, furias las llamo yo, que no mujeres. Si la grandeza excusa los placeres que iguales pueden ser en desiguales, ¿por qué, enemiga, de crueldad te vales, y por matar a quien adoras, mueres? ¡Oh mano poderosa de matarme! ¡Quién te besara entonces, mano hermosa, agradecido al dulce castigarme! No te esperaba yo tan rigurosa; pero si me castigas por tocarme, tú sola hallaste gusto en ser celosaa.

Sale TRISTÁN
   
 
 

Vuelta al Principio     Última actualización:  Sunday, 02 de June de 2013  Visitantes: contador de visitas