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Teatro y poesía: lenguaje y dicción
Teatro y Poesía son dos géneros literarios con similitudes y con diferencias. Obviando el teatro en verso, que supone métricas y artificios poéticos similares, vayamos a la situación del hablante respecto al texto que habla o declama. En el teatro, un personaje, dotado de todas las características de una persona, es decir, con un carácter o personalidad, con una situación en un medio compuesto de personas, animales, cosas, de ambientes, casa, ciudad, país, etc, habla, se expresa como reacción y en el contexto de toda eso que le rodea. está situado en medio del huracán, y se ve pues obligado a reaccionar ante ello. Y en ese reaccionar, está incluido, cómo no, el hablar, aludiendo a lugares, no ya con nombre propio, más abstractos, sino a lo que le rodea: así dirá: "aquí, allí, arriba,...", y también, "ahora, ayer, mañana..."; y claro, "yo, tu, esos, etc...". Así pues, la aparición de esos deícticos en el hablar del teatro lo diferencia del hablar de la poesía. En ésta, aunque aparezcan esos mismos vocablos, toman un carácter imaginario, atemporal, como corresponde al evanescente personaje sujeto de la recitación poética ‒ y a su igualmente evanescente contexto, su aquí y su ahora ‒ : Porque en la poesía, no hay un personaje dotado de todo ese entorno: no habla o dice el poema un personaje. Sus "aquis" y "ahoras", que ocasionalmente aparecen no son aquís ni ahoras de verdad, nadie ocupa ese centro por esos términos aludido. Tampoco el autor está ahí declamando, aunque esté presente como un alma o espíritu que emanó el poema. Tampoco el declamante o recitador. Cuando dice "yo", no es "él", el hablante quien habla. Ni cuando dice 'tú' lo dice a un interlocutor presente cerca del hablante, a quien habla. ¿ Entonces? Habrá que convenir que quien habla es la Poesía misma, por boca de su sacerdote, el Recitador, o a lo menos, el Hombre-Mujer, ser genérico que representa a todos los hombres y mujeres, presentes, pasados y futuros, pensantes, sintientes y hablantes. POESÍA EN EL TEATRO La diferencia antes establecida entre Poesía y Teatro, como géneros, no invalida la presencia poética en el teatro, entendida ahora la poesía como actitud y talante, podemos decir. En efecto, la ausencia de un talante poético en el teatro le conduce al callejón sin salida de lo chato, lo sin vuelo, al debate de entretenimiento; esto, que siempre fue objetable ‒ en nuestra opinión ‒, ha pasado ahora a ser aún más trivial, ante la avalancha omnipresente de la televisión, con decenas de programas con ese fin. Ahora pues, debe el teatro mas que nunca recuperar su papel educador, ejemplificador ‒ sin pedantería ni moralina ‒ y catártico, así lo creemos.Pero además, la aparición de lírica en el drama, pasa a ser , no ya expresión general , sino un acto particular de un personaje en particular. Pasa a ser pues acción, el algo que hace un personaje y por lo tanto, es ya texto teatral, y sometido a todos los requerimientos de tal.
EL HABLA DEL y EN EL TEATRO. Que se trata de un habla no natural, parece claro: clarísimo en el teatro en verso, ya que nadie emplea ese medio en el hablar corriente. Pero tampoco en los demás estilos teatrales: siempre se dan situaciones creadas, imaginadas, y correspondientemente así son los hablares. Se trata de un hablar para los espectadores, en los que se quiere imprimir el mensaje, mediante un habla elocuente, y a los que se quiere divertir, con dichos ingeniosos, o a los que se quiere emocionar, con escenas dolorosas y/o amorosas, a los que se quiere deleitar mediante situaciones, vistas y habla bella. Todo esto no aparece en las vida cotidiana, está claro, y también lo está, que ¿para qué se iría al teatro si allí se diera una repetición, fotográfica, un reportaje, de lo que ocurre cada día fuera de la sala ?. No, el teatro es un artificio y su habla es por lo tanto artificial; perdamos, pues, el miedo a la palabra y sigamos. Un HABLA ARTIFICIAL. Un habla artificial, pero ¿de qué manera ?. No toda forma artificial parece admisible: la afectación, la cursilería, el efecto cliché (actos y gestos que actores por todos recordados usan una y otra vez, hasta que ya sólo dan vida a un personaje: él mismo", el actor MMMM o NNNN.); la exageración; todo ello, salvo deseado para dar vida a determinados personajes, repele y produce efectos contrarios a los buscados. Dice el sabio japonés: "En el principio estaba la montaña. Después ya no hubo montaña. Por último hubo, otra vez, montaña". Pero, añadimos nosotros, qué diferencia entre ambas montañas. La primera era gris, imperceptible...la segunda luminosa y sentida; sólo compartían el nombre, no la vivencia. Algo así buscamos en nuestro lenguaje teatral, en relación con la naturalidad: partiendo del lenguaje y habla naturales, vulgares ‒la primera montaña‒, someteremos ese habla a rígidos esquemas rítmicos, que lo llevarán una disciplina y rigor numéricos, musicales, en busca de la Forma, elemento fundamental en la Belleza ‒la montaña desaparece, ya no es habla natural‒. Después, ese habla, bella pero, como decíamos en otro escrito, muerta, vuelve al mundo, por así decirlo, y se disfraza de naturalidad, al modo de una bella y exquisita dama que se disfraza de campesina. Imita entonces ese mundo natural hasta que el oyente, el espectador, no percibe conscientemente aquel esquema formal, no, le parece natural; pero, siente, le arrebata aquella belleza, oculta bajo el nuevo ropaje. Así que esta última montaña ‒el habla así recuperada‒, se parece a la antigua, pero deslumbra. De modo que proponemos como habla del teatro un habla bellamente artificial que parece natural, que es verosímil, plausible (véase la Propuesta de Laboratorio Teatral). A algo de esto se vuelve en Naturalismo
Vuelta al Principio Visitantes: height="24"> Última actualización: viernes, 18 de septiembre de 2015