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Vino

El vino es una relajante adecuado; en la cantidad justa (una cima entre dos abismos) desengancha broches inconscientes y permite que afloren sensitividades más suaves, más laterales.

Por otra parte impide quizá obras de empuje, voluntad o esfuerzo.

Otra cualidad, ya señalada por los antiguos mediante In vino, veritas, hace al vino emisario de la verdad, ese limpio reflejo, tan limpio ‒pero tan afilado también‒ como un cuchillo. Mírese antes de convocar la reunión in vino si contiene conflictos soterrados que pudieran muy bien aflorar tras la ingesta. Esto puede ser bueno, para limpiar la sentina, o prematuro, pues puede ser preferible posponer el asunto por si la revelación saca de madre la reunión. El sabio y desocupado lector verá.

El vino tiene por lo tanto su papel, en cantidad, compañía y ocasión apropiadas. Es en esas condiciones es un buen amigo. En otras diferentes puede ser un mal enemigo, igualmente.

Entender de vinos es difícil; y caro. Una manera es catar varios, comparándolos e intentando apurar en cuales cualidades difieren y mejoran o empeoran respectivamente. Cata ciega para no dejarse influir por botella, etiqueta, precio y color (aunque este último sea un valor inherente. La cata ciega puede llegar, tras varios trasíegos hasta confundir ¡vino blanco con tinto!. Es difícil, y caro, entender de vinos. Pero es materia delicada y civilizada. Y cara.

Se dice que blanco con comida marina y tinto con terrestre. Fuerte con fuerte. Suave con suave. Dulce con dulce. Experimentado: tinto joven con queso, excelente. Como Beaujolais y Camembert.

En cuanto a las prohibiciones de algunas respetables religiones,  las respetamos, pero lo bebemos por nuestra parte. Preferimos atribuir su prohibición a edictos de tipo político-social que intentaban e intentan reprimir excesos. En eso estamos de acuerdo, porque un borracho en un ente patético y potencialmente peligroso, para sí y para otros. Y si no, recuérdense los excesos de Abraham (¿o era Noé?).

Tras estos datos morales y edificantes vamos hacia un conocimiento más objetivo del vino.

Preguntando qué es un buen vino, he recibido varias respuestas en el sentido de 'el que te gusta'. Pero ha habido alguien más preciso que nos encaminó mejor. Preguntando sobre las cualidades fundamentales del vino, los ejes, los picos como decía alguien, encontramos las siguientes, las cuales, por otra parte, aparecen con frecuencia en la etiquetas:

Color
Sabor
    Madera
    Acidez
    Taninos
    Alcohol
Aroma

Una adecuada proporción entre todos, cuya prueba sería que ninguno de ellas sobresale, pero están todas presentes, trae un vino redondo, completo, equilibrado. Por aquí puede atacarse ese difícil concepto de vino bueno.

También se apuntan aspectos más etéreos, como bouquet, cuerpo, y signos externos, como dejar una lágrima en el cristal...

Naturalmente desechamos vinos estropeados, como el picado (avinagrado), el amontillado (no el Montilla) y el demasiado viejo, que pierde fuerza y queda desvaído. También desechamos el que sabe mal, a secas.

Hay luego ya metáforas sin fin que se nos escapan, como vino 'serio', vino 'simpático', vino 'socializador', en fin, lo de siempre. No obstante seguimos recayendo en las metáforas de tipo sinestésico. He aquí algunas que adoptamos, pese a nuestro empeño diseccionador.

Social. Se reconoce porque, tras acabar la comida, siguen los comensales bebiéndolo, contentos de estar juntos. Puede así fácilmente caer una botella más de las estrictamente 'de la mesa'.

Un vino que ha expulsado, en nuestro gusto y nuestra mesa, a otros muchos blancos es el de Rueda. Alguna vez, inmerso en sus vapores, escribí la siguiente oda:

Vino de Rueda...

Y, tras larga incomprensión. el Albariño, del que hemos probado muchas variedades allá en Galicia, e incluso alguna en la Portugal lindante.

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Vuelta al Principio   Última actualización:: viernes, 18 de septiembre de 2015   Visitantes: contador de visitas