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Apología de un disidente

Así fui llamado en las tertulias del Ateneo de Madrid, dirigidas por Agustín García Calvo. Bien, asumo el título y lo y me justifico. Más aún, reivindico la necesidad –para participantes y hasta para el maestro– de tal elemento funcional en todo grupo. Y más en uno generado y encabezado por un gran disidente.

Fue aquella su disidencia –no tanto política, aunque tiene mucho que ver– sino intelectual: la disidencia de quien osaba pensar y escribir sobre todo, porque todo –suponemos que así ocurría– le competía; fue esa disidencia la que nos atrajo. Había modos de ver fascinantes, había... un hombre ilustre – recuerdo que así le califiqué, en su presencia, en aquellas curiosas etapas de la peripatética Escuela en la que tuve el honor de participar.

Dicho todo esto, y mucho más repetido aquí y acullá:

Sin negar un temperamento personal crítico, polémico, buscando la otra parte o aspecto de lo que se me ofrece, sin negar un espíritu rebelde que busca detrás de lo que escucha o ve, que sospecha de la aquiescencia, la coincidencia total, que teme el mimetismo... aun sin negar todo eso...

¿Cómo no voy a aplicar el mismo método que mi maestro? Crítica, pensamiento libre, osadía.... incluso al asomarme a su pensamiento y escritos. De no hacerlo así, no sería un verdadero discípulo, sino un sicario, un convertido, un partidario, un secuaz, un sectario, un doctrino; un participante en el cuerpo místico que se ha –¡ay!– formado.

Y eso no. Admiración, gratitud, respeto y hasta veneración por un maestro. Eso sí. Pero libertad, siempre libertad de asomarse, elegir, juzgar (sinónimo de criticar). Esos sentimientos no valen para pensar, sino para sentir. Para pensar hacen falta otras herramientas: acercamiento libre al tema, independencia, curiosidad, intuición, experiencia, algún conocimiento y algo de cabeza.

Hasta la heterodoxia es convertida a menudo en ortodoxia por los seguidores, que pasan a ser defensores beligerantes de un pensamiento adquirido con trabajo, como un tesoro; y como tal tienen que defenderlo de los ataques de los enemigos: de los tradicionales y de los más desdeñables –porque vinieron, creyeron y apostataron– los disidentes.

Mea culpa.

 


Vuelta al Principio   Última actualización:  sábado, 06 de marzo de 2010   Visitantes: